con su traje alegórico
que recuerda que con cada nuevo día
se entierra alguna fe.
Sé que en mi demencia de ayer pretendía recordar
los mil y un sabores
que con tus baños de sangre
provocaban que me quisiera masturbar.
Por que la muerte siempre excita
cual pecado de afrodita
y el orgasmo final
con la culpa va a acabar.
Al terminar la noche la muerte se esconde
tras su antifaz de bronce
y en una orgía ciega,
me desnuda y atormenta.
Con su plateado escote
se marchita y me corrompe
provocativa de expiaciones
y maligna como oscuros monjes.
A pesar de ser casi las doce
mi boca siempre recorre
sus senos y abominaciones
mientras me inunda un aroma místico
de locura y hedonismo
ahí donde nace lo real y lo prohibido.
Así de un aullido agotado
derramo en sus manos
el semen de mis pecados
con el que lubrica su parto.
Feliz se va la muerte,
sonriéndole a su vientre
jugando entre el fuego
que me invita a morir de nuevo.